Campaña por Merovingian: capítulo III (desenlace)

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Capítulo I: Parte I / Parte II / Desenlace

Capítulo II: Parte I / Parte II / Desenlace

Capítulo III: Parte I / Parte II


Campaña por Merovingian: capítulo III (desenlace)

La defensa por la capital Regalis Prime

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Ni siquiera el Gran Maestre Aun de los Ángeles Oscuros era capaz de imaginarse la arrolladora marabunta que se les iba a echar encima en los muelles de Regalis Prime. Como un gran Tsunami, miles de tiránidos colapsaron las defensas de los marines espaciales, impotentes pese a su testaruda fe en el Emperador y su tecnología. Las garras y mandíbulas del enjambre Cronos destrozaban las servoarmaduras a placer, y uno tras otro los defensores fueron obligados a retroceder a los callejones de la barriada de la capital del planeta. Las pocas bajas que lograban causar los adeptus astartes no hicieron mella alguna en el embate de los tiránidos. Una vez tocada tierra, los grandes organismos xenos se dispersaron por los principales conductos acuáticos de la colmena, infestando cada lugar posible de Regalis Prime con su pútrida presencia.

En un desesperado intento por frenar el avance y dar tiempo a que las Fuerzas de Defensa Planetaria se recolocasen para enfrentarse en este nuevo frente, el Gran Maestre Aun ordenó un bombardeo orbital en su propia posición. Aunque dubitativa, la flota imperial aceptó las órdenes del comandante de los Ángeles Oscuros y descargó sus baterías de lanzas y torpedos contra los marines espaciales. El agua hirvió ante tal poderío, y los chillidos agónicos de los tiránidos eran silenciados por el tronar de los proyectiles caer del cielo. Una gran nube de vapor se elevó alrededor de los muelles de Regalis Prime, junto a un inquietante silencio roto únicamente por el oleaje y los disparos de Bólter y rayo Gauss del combate que disputaban necrones y Guardia de la Muerte.

Después de ese espectáculo de la artillería imperial, el Emperador Sarkoni trató de abrirse paso entre las ruinas y los cadáveres ardientes y mutilados de los inocentes civiles imperiales. La legión necrona avanzó impasible, haciendo retroceder palmo a palmo la improvisada pero férrea defensa del Comandante Philipo de los Guardianes de la Muerte. Éstos, valientes combatientes de la humanidad, trataron de hacer lo mejor que pudieron su función, pero con sus fuerzas divididas y sin el auxilio de los Ángeles Oscuros y la milicia local, su reducido número fue sobrepasado por esos guerreros que se alzaban una y otra vez. Cuando quiso darse cuenta, el silencio provocado por el bombardeo orbital sobre las posiciones en los muelles fue roto por los distintivos chasquidos quitinosos de los tiránidos; solamente realentizados unos minutos, el enjambre cronos volvió a tocar tierra, esta vez sin oposición alguna, encontrándose a los fríos necrones y a los debilitados Guardianes de la Muerte enzarzados en un desigual combate.

El Emperador Sarkoni no estaba dispuesto a ceder el portal de la telaraña ni a las cucarachas ni a los mortales, y encontrándose en una precaria situación para mantener el control del lugar, decidió que ya buscaría otro portal por el que colarse en la red de los aeldari. Señalando con su metálico dedo el purpúreo portal, ordenó a sus tropas concentrar las energías de su armamento sobre él. Cada impulso energético que recibía lo desestabilizaba cada vez más, llegando un momento en que el propio portal comenzó a expulsar materia y a azotar con rampantes arcos de luz pura todo lo que se encontraba a su alrededor.

Abriendo el único canal de comunicación disponible entre tantas interferencias cruzadas, el Comandante Philippo, las últimas palabras registradas fueron que el muelle se había perdido. Y larga vida al Emperador.

Después, toda la zona costera fue volatilizada por la explosión del portal de la telaraña. Las únicas comunicaciones que pudo registrar la flota imperial desde el espacio eran cuchicheos tiránidos.

Carles (Necrones) vs Edu/Tagi (Deatwatch) [No jugado]

Isma (Tiránidos) vs Manu (Ángeles oscuros) [No jugado]

Las grandes forjas de Avernus

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Los Templarios Negros de San Jorge aprovecharon las estrechas calles y oscuros callejones para frenar el avance de la marea orka. Golpeando con dureza y retirándose con inteligencia, la superioridad numérica de los pieles verdes fue reducida a base de fuego de bólter y promethium. Los frustrados intentos por el kaudillo Harrisork por establecer un frente de batalla enfurecían al líder del clan de Loz Piñoz Zucioz.

Aunque no era una estrategia propia de los marines espaciales más fervorosos del Imperio, conocían perfectamente que un enfrentamiento cara a cara contra los orkos derramaría excesiva sangre entre sus filas. El honor y la gloria, aunque memorables, no lo eran todo, y San Jorge no deseaba que sus tropas se redujesen de cara a escaramuzas más peligrosas en el sistema solar Anduak. Pese al recelo que tenía a los xenos que apoyaban en esta batalla por las forjas titánicas de Avernus, confiaron plenamente en los T’au, sin perderles ojo alguno, claro.

Por otro lado, los Malditos de Kurgan fueron avanzando sistemáticamente bajo un impresionante despliegue de fuego T’au. Lograron alcanzar la improvisada muralla que los separaban, gracias a la cobertura de las invocaciones demoníacas y a los ingenios disformes. Akhronax sabía que no debía confiar en las tácticas de estos peculiares alienígenas, por lo que acabó poniendo toda la carne en el asador en una rápida carga de berserkers de khorne, rapaxes y exterminadores sobre las líneas defensivas de Shas’O Aloh Mont’au. El hendiente ataque melló las fuerzas T’au, pero el valor que proyectaba su comandante fortaleció los corazones de sus guerreros a realizar proezas y sacrificios. Con una voluntad férrea, superioridad tecnológica y una estrategia aprovechando su gran capacidad ofensiva a distancia, el ataque de las fuerzas del caos fue rechazado.

Pero Shas’O Aloh Mont’au no estaba satisfecho; pese a que los Templarios Negros cumplieron con su cometido, todos los informes de batallas del sistema Anduak le corroboraban una y otra vez la incapacidad de los humanos por defender óptimamente sus terrenos. La debilidad de su voluntad, la falta de valores y la gran capacidad para ser persuadido por fuerzas más allá del entendimiento los convertía en un foco de maldad y, por decirlo en plata, una plaga que exterminar. Ya era el momento de quitarse la máscara solidaria.

Era la hora de traer al resto de la flota. De que la humanidad observase todo el potencial del Bien Supremo.

Ángel (Orkos) vs Tomás (Templarios Negros)

Kurgan (Marines del Caos) vs Edu (Imperio T’au)

La Nave Negra

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El Capitán Máximo Quintel no podía evitar asombrarse por la contundencia de La Jauría Errante y su forma de combatir: golpearon con dureza, como un sólido martillo machaca una ventana de cristal. Las líneas de defensa Ultramarines cayeron rápidamente, hasta que el comandante de los marines espaciales reordenó y adaptó sus estrategias al brutal avance de las tropas del Coronel Maneth. Éste, ávido por llegar al hangar, no dudaba en sacrificar a sus soldados y tanques, usándolos como escudos con una astucia más allá de lo esperado. Sin respuesta del Capellán Rydik y los tecnomarines del detonado cañón orbital, la fe de los Ultramarines se iba desvaneciendo lentamente mientras veían las aeronaves Drukhari surcar el cielo, atrapando incautos de cualquiera de los cuatro ejércitos que se habían topado en ese valle.

La paciencia de El Guardián se agotaba, trataba de librarse de todos los escollos del camino hacia ese maldito mortal y cada vez aparecían más. Las legiones de la Dinastía G’sekai abrían fuego a todo aquel que tuviera carne, hueso y pelo. Druvaldi trataba de causar las suficientes bajas entre los necrones como para tener una oportunidad de acercarse a su presa. Relamiéndose los labios de lo cerca que estaba de capturar a esa máquina milenaria, el líder de los Cazadores Pálidos no dudaba en lanzar a sus depredadores contra el sólido muro metálico de decenas de guerreros. Cuando el fuego cruzado abrió una brecha hasta el centro de la formación de la Dinastía G’sekai, el mismo Druvaldi y sus escoltas personales se lanzaron en picado contra las posiciones de El Guardián. Sorprendido por la intrepidez de su rival, el líder necrón sacudió su manto y centenares de escarabajos cepomentales cubrieron el camino de Druvaldi, entorpeciendo la visión y otorgándole tiempo para prepararse para un combate cuerpo a cuerpo.

El choque entre las armas de El Guardián y Druvaldi repiqueteó por todo el campo de batalla, y cada uno de los lanzazos y barridos que golpeaban el arma del oponente formaron un discordante ritmo que orquestaba la cruda batalla. Tanto los protectores del necrón como los escoltas del Drukhari sabían que no debían entorpecer el singular combate que estaban disputando, por lo que se enzarzaron en un sangriento encuentro donde las bajas entre ambos bandos subieron rápidamente. Así como los Cazadores Pálidos perdían miembros rápidamente, los necrones de la dinastía G’sekai eran incapaces de autorepararse lo suficientemente rápido como para desequilibrar la balanza. El Guardián no estaba dispuesto a perder de vista su objetivo real, ese joven humano que portaba el arma que debía custodiar, mientras que Druvaldi se percató del punto más débil de las defensa de El Guardián: su confianza.

En un astuto movimiento engañoso, el líder de los Cazadores Pálidos permitió que la lanza de su contrincante le atravesase el estómago, y con una maliciosa sonrisa atrapó al líder necrón entre sus zarpas. Incapaz de desprenderse del maldito Drukhari, El Guardián se sacudía violentamente, incapaz de comprender como la frágil carne de ese humanoide podía detener su inmensa fuerza. Druvaldi solamente debía sujetarlo unos segundos más, y pese a que disfrutaba del dolor que le infligían sus propias heridas, notaba que más pronto que tarde perdería la conciencia. Por suerte, las redes del deslizador Drukhari no tardaron en envolver a los dos líderes, arrastrándolos por los aires ante una incrédula mirada de El Guardián, que continuaba infructuosamente zafarse de su rival, y de las redes de captura.

— Llevadnos a Commorragh, ya tengo a mi trofeo — ordenó Druvaldi finalmente antes de perder la conciencia.

Y así como llegaron los Cazadores Pálidos, desaparecieron a través de portales de la telaraña, llevándose a un enrabiado Guardián con ellos. Los pocos drukhari que quedaron combatiendo en tierra fueron exterminador por los necrones, que una vez dándose cuente de la desaparición de su líder, no pudieron hacer otra cosa que quedarse completamente inmóviles a la espera de sus órdenes.

Ajenos a todo esto, la antigua 10ª compañía de los Ultramarines y la Jauría Errante continuaban enzarzadas en un tira y afloja de fuerzas. La superioridad en armamento de los valientes del Coronel Maneth finalmente superó la disciplina de los marines espaciales, dejando una brecha en las defensas para que su líder pudiese alcanzar los muelles de carga, y la nave negra. Como un cuchillo que atraviesa la mantequilla, las fuerzas del Capitán Máximo Quintel fueron divididas en dos, y la columna mecanizada logró controlar el acceso del hangar.

El propio líder de los Ultramarines trató de impedir que Maneth pusiera un pie en el suelo de esa nave, enfrentándose en un singular duelo. El rostro del comandante humano se veía pálido, seco y con una mirada gris y perdida. El brazo que empuñaba a La Asesina de los Dioses latía con runas heréticas, como si una infección se propagase desde la espada a través del cuerpo de su huésped. Máximo Quintel blandió con dureza su arma de energía contra el Coronel, claramente influenciado por fuerzas inmateriales. Pese a su complexión de marines espacial, entrenamiento marcial y experiencia, Maneth fue capaz de detener cada uno de los golpes con la endemoniada espada. Experto espadachín, claramente la brujería había aumentado sus capacidades de combate, y lo que parecía ser una clara victoria para Máximo Quintel se convirtió en una disputada derrota. Pero pese a tener el filo de su arma en el cuello del comandante de los Ultramarines, el Coronel Maneth no le cercenó la cabeza. Lo observó implacable con su mirada perdida, como esperando las órdenes de la ejecución. Tan cerca de la espada, Máximo Quintel notaba el crepitar de energía disforme en su filo, así como susurros en un lenguaje desconocido que trataban de perforar las defensas de la mente del marine espacial.

A su alrededor, tanto los Ultramarines como el Astra Militarum que acompañaban a sus líderes se mantuvieron expectantes de la situación, dejando de combatir y formando un círculo.

— No soy vuestro enemigo — pronunció la ronca voz de Maneth —, tenemos el mismo propósito. No opongas resistencia y te lo demostraré.

Incapaz de moverse, Máximo Quintel permaneció arrodillado, viendo alejarse al Coronel para embarcar en la nave negra. Entró solo, y lo único que salió de las entrañas de la nave fueron gemidos de dolor y sufrimiento; entre ellas, una sádica risa con voz femenina se alzaba, haciendo sacudir todo el complejo.

Un haz de luz apareció al lado del comandante de los Ultramarines, y el Inquisidor Maximus hizo acto de presencia junto a su escolta personal. Colérico por el fracaso del Capitán, envió a sus sicarios para detener al Coronel Maneth. Pero lo único que salió de la nave negra fue al ensangrentado humano blandiendo la Vengadora del Odioso, con su cuerpo repleto de inscripciones brillantes latiendo en luces blancas y negra oscuridad. Las miradas del Inquisidor y del Coronel se entrecruzaron, y el primero trató de concentrar sus poderes psíquicos para destruir al herético. Con una velocidad endiablada, Maneth saltó sobre el Inquisidor y lo atravesó con la espada rúnica, dejando que ésta se alimentase del alma psíquica de Maximus.

Una vez absorbida la esencia del Inquisidor, arrancó la espada de las vísceras de su víctima y la alzó, victorioso, ante la atenta mirada de todos los espectadores. Y así como ocurrió en el principio de esta guerra, de la espada se propagó una onda de energía psíquica que azotó nuevamente todo el sistema Anduak. La resonancia atravesó piedra, espacio y mentes. La sombra tiránida onduló para permitir que esta fuerza no destruyese su enjambre, así como los demonios menores surgidos del portal de Arntor casi fueron exorcizados del plano material.

Pero esta vez algo respondió a la llamada de la espada. Una vibración gravitación surgió, latiendo como si de un corazón viviente se tratase.

Felmarl había despertado.

Eric (Ultramarines) vs Chema (Astra Militarum)

Ministre (Necrones) vs Eladi (Drukhari) [No jugado]


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